miércoles, 23 de noviembre de 2011

Los recuerdos que vuelven...


Hay recuerdos retumban en tu cabeza y por más que pasen los años no consigues olvidar.  Anécdotas que nos lo hicieron pasar mal o bien y que sin duda perduraran en la historia de nuestro pueblo y serán trasmitidas de generación en generación.

La de hoy no es una entrada cualquiera, rememora un fatídico día en el que una riada marcó un antes y un después en nuestras retinas. Lo que en principio parecían las típicas lluvias de entre tiempo, se convirtieron en mares de aguas incontroladas que acompañadas de fuerte granizo, azotaron fuertemente la totalidad del concejo de Ibias, dando como consecuencia el destrozo de pistas y el corte de la línea eléctrica y telefónica. Ibias, se convertía en ese mismo momento en una zona incomunicada incapaz de tener controlada la situación que estaba viviendo.


No era esto lo más grave, pues a las 16:00 horas, el arroyo que cruza la capital del concejo se desbordó provocando una enorme avalancha de tierra, que daría como mejor consecuencia, la rotura de la carretera que da acceso al Ayuntamiento de Ibias. El arroyo de pequeño cauce  alcanzó un volumen brutal y alimentado por la impresionante pendiente que se levanta a los pies de San Antolin, comenzó a llevarse por delante todo lo que se atravesaba en su camino.  La mala suerte, el destino caprichoso ayudado siempre por la mala acción del hombre, quiso que la zona  en cuestión fuera quemada un año antes. El terreno sin agarre fue pasto del agua  que comiéndolo y arrastrándolo ladera abajo, provocó una verdadera avalancha que  durante 20 fatídicos minutos sembró el pánico en San Antolín de Ibias.


La fuerza del agua arrancaba cocinas, destrozaba garajes, sesgaba la vida de los animales, se llevaba por delante coches y ponía con el agua al cuello a los vecinos.

«El agua me llegaba al cuello y acabé por subirme a un mostrador; cuando logré alcanzar el primer piso vi cómo parte del suelo se derrumbaba». Es el relato del terror vivido por Antonio Busto, que quedó sepultado el martes bajo los escombros de su casa de San Antolín de Ibias hasta que los vecinos y la Guardia Civil consiguieron rescatarle. Los momentos de pánico se agravaron porque el rescate se prolongó al temerse un nuevo derrumbe dentro de su casa.


Miedo, es la palabra que más se repetía ese día y en días posteriores. Los vecinos estupefactos veían como un riachuelo acababa con todo y encima les ponía en peligro. El lodazal se hacía con la capital del concejo y solo mantener la mente fría era el único consuelo que lograba tranquilizarlos. La propia alcaldesa tenía que acceder al consistorio encima de una pala y con lágrimas en los ojos no daba crédito al desastre que suponía 20 minutos de incesante lluvia.

En un abrir y cerrar de ojos lo pierdes todo, tratas de no derrumbarte pero la cabeza es menos fuerte que el sentimiento y el pánico empieza a hacer presa de ti. Mientras tanto, la maquinaria trabaja por restablecer la zona mientras que el Ayuntamiento intenta reunir dinero para arreglar el destrozo. La primera medida fue la de declarar el concejo como zona catastrófica comprometiéndose el principado a destinar con urgencia una partida presupuestaria que paliara los costosos daños materiales que había sufrido el concejo.

«Esto no lo hacen ni con mil millones de pesetas» apuntaba un paisano en el bar Leiguarda.

Lo cierto fue que 400 millones de pesetas y más de dos años, permitieron cerrar el turbulento capítulo que nos dejó el 28 de agosto del año 2001, fatídico día que marcará nuestra historia. En mi mente aún queda el recuerdo de ver a mi madre arrastrada por el agua en el huerto. Su llanto por el miedo escondía una parte de preocupación por haberlo perdido todo. Las arquetas que evacuaban agua, no daban abasto a sacarla, entrando en el hórreo donde teníamos guardadas las patatas. Yo intentaba desatrancarlas pero el granizo que caía era de tal envergadura que me rompió el paraguas y me hizo moratones en el cuerpo. Jamás olvidaré ese verano teñido de blanco….

2 comentarios:

Pablo dijo...

Ese día me acuerdo que estaba en Oviedo y también se habían inundado ciertas partes de la ciudad por tormentas impresionantes.

Cosas como éstas van a ir en incremento, por desgracia, en los próximos años nada más sabemos acelerar el cambio climático que por sí ya es natural pero el problema es que le estamos dando más caña todavía. Nevadas históricas, inundaciones y sequías son lo que nos esperan.

Un saludo y muy emotivo el reportaje.

Anónimo dijo...

¡Hola! Yo soy una joven de San Antolín de Ibias que me acuerdo perfectamente de aquel desastroso día.
Mi familia y yo estábamos en casa tranquilamente cuando empezó a caer una tormenta. Pensamos que era una tormeta normal de verano, pero claro, cuando esta se hacía cada vez más y más fuerte vimos que no era tan normal.
En aquella época teníamos ventanas de madera y me acuerdo de estar toda la familia poniendo toallas en el suelo, al lado de las ventanas para que no entrara el agua, aunque no sirvió de mucho. Nuestro bajo sufrío daños en el techo a causa del agua. Mi abuela en aquel momento estaba "na corte das pitas" y cuando fuimos a buscarla todas las gallinas estaban las pobres nadando como podían y mi abuela sin poder salir de allí a causa de su edad.
Ninguna persona de la familia salió de la casa hasta pasado un buen rato desde que ya había finalizado la tormenta, por miedo a que sufriésemos otra. Cuando yo salí y fui a ver los destrozos de la vuelta del viño, que es de donde son las fotos de este blog, me impresionó muchísimo. Me acuerdo que había gente por todos lados con unas caras catastróficas.